Desigualdad, violencia y capitalismo global: ¿Qué hacer?
por Leopoldo Lavín Mujica
En todas las latitudes (países, regiones, y continentes) donde la desigualdad social se mantiene y progresa, como en Chile, aparecen de manera correlativa diversas formas de expresión de la violencia social (1). Si bien esto es una realidad evidente cuando se lee la literatura científica y se investiga en el área de la llamada violencia urbana, lo que más llama la atención es la reacción desfasada y autista que queda al descubierto en el discurso de políticos y de algunos intelectuales mediáticos.
Allí donde la razón política aconseja medidas urgentes -inversiones masivas en educación y salud pública, nuevas instituciones democráticas que preserven el Bien Común y le pongan coto a la extensión del mercado a todas las actividades humanas, programas sociales de amplitud y un nuevo enfoque jurídico que ponga énfasis en la conciliación y la mediación de conflictos-, la mentalidad leguleya encierra a la percepción gubernamental en un esquema de interpretación de la cual sólo emerge la demanda de orden y de coerción para preservar la 'cultura'.
La ley, en este caso, es concebida como un pretexto para el uso de la fuerza. Ni se les ocurre que la Ley en su acepción republicana es razonable cuando emana de un orden social justo que se impone al individuo por su racionalidad cívica misma --para facilitar la convivencia-- y al cual éste adhiere y consiente de manera autónoma. Allí donde la Ley no se contradice con la realidad aparece una fuerte y natural atracción por su observancia y respeto.
Ahora bien, las sociedades de mercado son sociedades violentas porque están fundadas sobre la primacía casi absoluta de elementos de competición entre los individuos por encima de los elementos de cooperación.
Neoliberalismo como tecnología gubernamental
Recordemos que la baja de la solidaridad social y la promoción de los valores individualistas han sido y son objetivos permanentes del proyecto neoliberal (2). Chile fue un caso paradigmático. La libertad individual mercadista asimilada a la posibilidad de elegir un producto entre varias marcas (de yogourt por ej.) era sinónimo de revolución capitalista, progreso y libertad. Tampoco debe olvidarse que el gurú neoliberal Milton Friedman, cuyas conferencias eran difundidas por la TV chilena en los 80, siempre pregonó la legalización de la droga y la determinación de su precio de venta en el mercado por el mecanismo de la oferta y la demanda. Lo mismo en lo que se refiere a la venta y la circulación de armas.
Pero, además, el neoliberalismo le declaró la guerra a instituciones clave de la democracia que permitían un cierto equilibrio en la negociación del reparto de la riqueza. El neoliberalismo sigue considerando a la institución sindical y a los derechos colectivos y de huelga plena como irritantes o rigideces. Se quiere impedir que el movimiento sindical juegue ese rol vital que es la defensa de los derechos colectivos de los asalariados en su histórica y desigual relación social contradictoria con el Capital. Esa experiencia de clase se transmite de una generación a otra. Un joven enmascarado declaraba el pasado 29 de agosto ante las cámaras que su participación en la protesta antineoliberal era en nombre de su padre: 'un trabajador explotado más que no pudo venir'. Así como el joven ejecutivo que hace un MBA en Boston sigue considerando que su clase ganó una guerra y que sin ella no habría un Modelo económico exitoso en Chile. Dos universos sociales, dos mentalidades.
De Perogrullo, cuando los mecanismos de negociación reales no existen y el sentimiento de explotación se vive a flor de piel aparecen la protesta, el conflicto y la resistencia. Los relatos sociales marcan el imaginario social. La democracia vive las tensiones acumuladas. Un nuevo contrato social implica construir relaciones de fuerza y poder equilibradas que se traducirán en una nueva legalidad. De ahí viene la necesidad de elegir una Asamblea Constituyente.
Resabios de la visión neoliberal del mundo surgen en las opiniones de intelectuales que ven en los malls que pululan en América Latina un signo de progreso. Por supuesto, es preferible para algunos ignorar lo evidente: las condiciones de explotación en las cuales trabajan los empleados de comercio; el endeudamiento y las altas tasas de interés de las tarjetas de créditos de los consumidores potenciales y el impacto sicológico de las imágenes mentales que representan la asimetría opulencia-carencia con las cuales vuelven tantos jóvenes a sus getos urbanos de las periferias de las megaciudades después de un paseo por los shoppings.
Durante las últimas semanas estas realidades fuertes han sido sistemáticamente evacuadas del debate para entender el problema de la violencia y la marginalidad en las sociedades de 'libre mercado' generadoras de exclusión. Sin olvidar que en otras sociedades, el vacío de sentido a la vida es llenado con el opio religioso fundamentalista o por el fenómeno de las bandas (gangs, maras, hooligans) de jóvenes fragilizados y atraídos por el mundo delictual.
A lo que se agrega el hecho de que la cultura dominante que promueve lo que se está llamando el hiper capitalismo financiero se funda en comportamientos de tipo exacerbadamente individualistas de las clases opulentas: mis acciones bursátiles, mis utilidades-rentas, mis intereses pecuniarios. Poco importan las crisis y turbulencias globales de las burbujas especulativas y sus efectos sobre el empleo, las tasas de interés y las quiebras de particulares. Es necesario que mi dinero rinda. Para eso están los servicios financieros disponibles para las familias acaudaladas.
Ahora bien, la fase actual del capitalismo globalizado, donde los intereses del poder financiero son determinantes, se caracteriza por una disociación entre lo político, lo económico y lo social. Por una marcada tendencia a encerrar al Estado en sus funciones 'regalianas' (justicia, ejercito, policía). Sociólogos de la escuela de Alain Touraine concluyen erróneamente, después de constatar la tendencia a la atomización individualista de las sociedades hiper capitalistas, que estamos frente a la 'la muerte de lo social' y en el reino del individualismo atomizado. Michel Foucault, más agudo, analizaba estas tendencias como el resultado directo de políticas de lo que él denominaba la 'gubernamentalidad'. El pensador de las relaciones de Poder consideraba el neoliberalismo desde su ángulo político. Lo veía como una tecnología gubernamental de biopoder: de individuación, de domesticación sutil y de control de la vida, tanto de los cuerpos como de los espíritus. Por supuesto, estos procesos generan estrategias de resistencia por parte de los individuos.
Otros investigadores observan que junto con la profundización de la brecha social --resultado de la desigual distribución del ingreso-- se produce una tendencia a la endogamia en las clases sociales (Daniel Cohen y Jacques Donzelot). Cada una se encierra en su universo cultural propio y exclusivo (la moda de los 'countries' y los barrios cerrados con guardia privada y vigilancia electrónica en los sectores pudientes altos). Las clases sociales comunican entre ellas a través de los temas mediáticos favoritos del miedo, la violencia y la inseguridad. Evacuando de manera expedita los problemas de precaridad en el ámbito laboral, crisis familiar, situación precaria de la mujer trabajadora, educación deficiente y fragilidad sicológica (procesos de destrucción de la identidad) de la juventud marginal.
Lo social marginalizado dejado a la intemperie y conviviendo promiscuamente con las fuerzas del mercado y del capital vive los códigos de la ley de la jungla, se atasca y genera anomia, atomización y comportamientos considerados antisociales (según el paradigma del Orden de las instituciones dominantes).
Sin embargo, he aquí lo importante, las comunidades tienen recursos extraordinarios para producir vínculo social. Así lo han dejado ver militantes políticos de izquierda, sacerdotes y responsables sociales inmersos en los sectores considerados violentos y problemáticos. La necesidad de producir relación social obliga a los sectores político-sociales a inventar nuevas instituciones generadoras de identidades colectivas que funcionen según la lógica de la solidaridad y la transformación social. El objetivo es hacer retroceder al mercado disgregador y su correlato autoritario -la implementación de una política represiva por parte de la tecnocracia política estatal-, las instituciones por construirse deben preservar la autonomía de lo social frente al Estado. Éste debe invertir de manera prioritaria en programas e infraestructura social.
En otros términos, se trata de crear sociedad civil empoderada en redes o un poder popular de nuevo tipo, de carácter solidario, cooperativo y democrático. La sociedad chilena tiene en su historia reservas éticas y organizativas extraordinarias. Ella construyó poder social entre el 70-73 y entre el 80-89. Es el delgado hilo multicolor de la historia reciente que habría que retomar.
____________________ (1) Los países anglosajones aceptan sin problemas el aumento de la desigualdad social engendrada por la economía de mercado. Algunos autores sostienen que lo hacen por razones antropológicas; de estructura familiar, o más precisamente debido a formas ancestrales de traspaso de la propiedad a los primogénitos. En los países europeos, de tradición socialdemócrata, la desigualdad tiene menos aceptación social. Lo mismo en Latinoamérica, donde las luchas políticas actuales retoman los ideales de sociedades más justas y los que son el resultado de la supervivencia y renovación del imaginario de las identidades colectivas de los pueblos originarios renuentes a aceptar las aberraciones del capitalismo global. En India, donde los conatos de violencia social de las clases subalternas son recurrentes, el sistema de castas aún imperante logra, sin embargo, contener las exigencias de igualdad social. En lo que respecta a China, por el momento, la desigualdad es mantenida con la promesa mítica de que en el 2050 todos los sectores sociales podrán gozar del fulgurante progreso económico. (2) El neoliberalismo puede definirse como el proyecto de difusión de la forma mercado y de su racionalidad instrumental al conjunto de las relaciones humanas, pero, también es una forma de control social y de privación de libertad de individuos que el discurso liberal considera por definición 'libres'. Gary Becker es uno de los máximos exponentes de esta tentativa.
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Leopoldo Lavín Mujica. Profesor, Département de philosohie, Collège de Limoilou
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