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jueves, septiembre 30, 2010

LAS DOS CARAS DE LOS POLÍTICOS: ¿QUÉ PASA POR SUS MENTES?

LAS DOS CARAS DE LOS POLÍTICOS: ¿QUÉ PASA POR SUS MENTES?

LAS DOS CARAS DE LOS POLÍTICOS: ¿QUÉ PASA POR SUS MENTES?

¿Qué es para ti la política?

¿Es acaso la segunda más noble de las vocaciones, como la llamaba Duarte o quizás el arte de obtener el poder y mantenerse en el poder como la practican los contemporáneos? ¿Es para ti política, el ejercicio de la propaganda o el de la solidaridad? ¿La entiendes acaso como la habilidad de cabildear o piensas en ella como la capacidad de conciliar? A fin de cuentas, ¿cual es el "buen político"? ¿El que resuelve problemas o el que los prevé? En lo adelante trataremos de contrastar las ideas locales de política contra las concepciones poco convencionales que hemos expuesto, esforzándonos en demostrar que hay profundas diferencias entre ambos bandos, pero haciendo un análisis crítico de cada tipo de mentalidad.

La segunda más noble vocación vs. el arte de obtener y mantener el poder

Cuando la política es identificada como la segunda vocación más noble después de la filosofía, entonces ser político es poseer una profunda inclinación hacia el servicio y un sentimiento de responsabilidad inmenso hacia el país y todos quienes lo habitan. Este político personifica a la perfección el hombre ideal que debían tener las repúblicas según Montesquieu; aquel que al nacer adquiere una deuda tan grande con la patria que nunca en la vida puede llegar a pagar.

Psicológicamente, este prohombre tiene una conciencia colectiva y su interés primordial es la generalidad como masa amorfa. Desde que empieza a ver caras, su responsabilidad se hace más endeble y es a menudo descuidado con su familia porque la considera una extensión de sí mismo (y su propia persona le importa muy poco). Hablamos de un tipo de persona que cree poseer una rectitud inquebrantable y no acepta estar equivocado. Espera que sus familiares y amigos piensen y actúen como él, por consiguiente nunca practicará el nepotismo ni utilizará su influencia para conseguir favores, tratando completamente de alienar sus relaciones personales de su cargo, siendo a menudo rechazado por sus compañeros cercanos, exponiéndose a ser llamado "malagradecido y egoísta".

Objetivamente, quien entra en la política pensando que entra en una vocación noble, prontamente se encontrará sin apoyo. Un ejemplo claro lo vemos en Juan Bosch, quien en el momento en que los poderes establecidos se unificaban en su contra, cuando más necesitaba de su partido, en un afán heroico de llevar a cabo lo que consideraba su misión en la vida, ordenó el cierre de todos los locales del PRD a fin de convertirlos en escuelas públicas. Para él, que los niños se educaran era más importante que su permanencia en el poder, y fue lo que contribuyó a que no pudiera llevar a cabo sus proyectos.

En cambio, cuando la política es el arte de obtener el poder y mantenerlo, las fronteras del propio interés no tienen escrúpulos que las contengan. No se adquiere deuda con la patria ni existe idea generalizada de "pueblo" a quien servir. Las relaciones adquieren un carácter personal y aislado. No se quiere el bien común, sino el triunfo del partido, no se le debe nada al abstracto "votante", pero sí existe una obligación con el mecenas, la cual debe ser honrada a toda costa. Este hombre político recurrirá a toda práctica posible (demagogia, cohecho, violencia…) con el fin de obtener su objetivo personal, el cual es incluso más importante que el del partido. Por eso se encuentra en directa contraposición al político anterior, porque se debe a sí mismo sobre todas las cosas y luego a los demás, de menos (socios, benefactores…) a más (dirigentes partidarios, las bases, etc.). Para él, su familia y amigos son su obligación primordial y cuenta con ellos para que lo rescaten en sus momentos de mayor necesidad. Para las políticos que operan bajo tales concepciones, el taparse mutuamente es una obligación casi bíblica: "es mejor que estén dos que uno solo; tendrán la ventaja de la unión. Si el uno cae, será levantado por el otro. ¡Ay del que está solo, pues, si cae, no tendrá quien lo levante!" (Eclesiastés 4, 9-12). En este sentido, no importa lo nefasto de la acción; sólo prima el deber de ayudar. Por esta razón es que no importa qué tanto sean atacados los presidentes por los miembros de la oposición; cuando pierden el poder, nunca son sometidos a la justicia (bueno, una vez). Primeramente, porque al poseer todos los políticos la misma visión, no les conviene al incumbente atacar al que espera su turno (hoy por ti, mañana por mí), y cuando sí son sometidos (como Hipólito intentó hacerlo con Leonel), entonces los "amigos" siempre estarán ahí para dar la cara.

En resumen, mantener el poder no es tarea fácil pues depende no de qué tan correcto es considerada la actuación, si no de cuántos amigos se pueda tener. El que tiene más amigos se mantiene y los amigos cuestan cada vez más dinero. Este es el razonamiento básico del político prominente en República Dominicana y de sus seguidores. Debemos hacer la salvedad de que no todos son corruptos, ávidos de dinero y conscientes de su actuación. Algunos seguidores simplemente han recibido beneficios de parte de un político (que un trabajo, que una beca, que una tarjeta de gas para la madre) y adquieren así una deuda de "amistad". Cuando el "amigo" de estas personas es tildado de corrupto, estas personas tienen problemas en admitirlo porque a todos los seres humanos con cierto sentido de moral, nos resulta desagradable sentirnos ligados a un corrupto. Sólo nos quedan dos opciones, o rechazamos al "amigo" de lleno, sintiéndonos "desengañados" o intentamos justificar su conducta de una manera lógica, haciendo abstracción mental entre el hombre o mujer amable que nos ayudó y la figura pública que hoy aguanta el fuego enemigo.

Propaganda vs. solidaridad

Empleando un razonamiento parecido al anterior trataremos el tema de cómo hacer campaña. En este sentido tenemos políticos propagandistas y políticos solidarios.

Obviamente, un político solidario practica la solidaridad, pero nos referimos a solidaridad en el sentido de que su manera de promocionarse en mediante la ayuda. Este político siente una profunda necesidad en la sociedad y entiende que la mejor manera de hacer campaña es supliéndola desde ya, para demostrar que será mucho más efectivo una vez le sea otorgado el poder de un cargo. Este político siente que su papel es llegar a una comunidad y empezar a indagar quiénes son los más desamparados para construirles una casa o al menos comprarles una hoja de zinc o los más enfermos para conseguirle sus medicamentos. En el peor de lo casos, esta práctica puede degenerar en la llamada "fundita" y un sentimiento paternalista hacia la población, como si ésta solo fuera feliz en la medida que el líder les otorgara su favor (de esto hemos tenido algunos casos en República Dominicana). En el buen sentido, se trata del estilo de un político que tiene una concepción arraigada de la caridad, aunque desconoce de conceptos básicos de comunicación. Detesta o incluso se siente culpable de acaparar la luz pública, pero su sueño es que la gente lo vea, se sienta inspirada por su caridad y servicio, y consecuentemente vote por él. En resumen, nos encontramos ante un iluso, aunque uno de buen corazón. Este tipo de actuación funciona (pues, obviamente le funcionó a Jesucristo), pero toma muchos años, generalmente más de una vida y gente que propague el mensaje. Puede que no sea la manera más correcta de hacer política y que el fracaso político sea consustancial a la caridad. La solidaridad, cuando tiene de por medio una finalidad ulterior, a menudo encuentra el fracaso.

El político propagandista en cambio practica el discurso y le encanta estar expuesto a los medios. Su misión es llenar las carencias de la población mediante explicaciones. Conoce a la perfección las técnicas del doctor Goebbels: 1) busca un enemigo identificable para achacar los males de la población (generalmente el partido de oposición); 2) píntalos como los más nefastos (chancleteros, comesolos…); y, 3) píntate como su mayor enemigo, es decir, como aquel que pondrá fin a aquellos que reinan con la ineptitud, el egoísmo o la opresión.

Este hombre político sabe que las masas tienen el estomago vacío, pero que también están hambrientas de esperanza y les ofrece un Mesías durante la época del armageddon.

Conciliar vs. cabildear

Bajo el mismo esquema que la solidaridad o el propagandismo tenemos a los conciliadores y los cabilderos. Aunque ambas palabras sean parecidas morfológica y semánticamente, las dos ejemplifican dos actitudes muy diferentes.

La conciliación es el primer paso a la paz, es el objetivo del hombre que piensa en el bien común y busca el punto medio entre las facciones disímiles de la sociedad, aun a costa de perder asidero ideológico y político. En su versión degenerada este político puede convertirse en un inmutable pacificador, como Neville Chamberlain lo fue con los Nazis. Este conciliador es a menudo lo que conocemos como un "falso". Alguien que nunca toma una posición y se mueve no sólo en su política del centro, sino rindiendo pleitesías constantemente a izquierda y derecha para aparentar su inclinación favorable hacia ellos y granjearse el apoyo condicionado de estos sectores. Esta hetaira política nunca ayuda a alcanzar los objetivos del grupo, pero trabaja férreamente para alcanzar los objetivos de los líderes del grupo.

La pasada es una triste historia de la cual no vemos a nadie impoluto, pero en general el conciliador, al menos aquel cuya ideología conciliadora no ha sido embotada, es aquel que le interesa interponer el bien común sobre sus propios intereses. Para llevarlo a su extremo, podemos decir que una persona conciliadora alberga la disposición de convertir su propio patrimonio en el patrimonio público y no viceversa. Los dominicanos recordaran como el viernes 10 de septiembre fue publicada la noticia de que los diputados aprobaron la resolución de restaurar la Casona de Sabana de la Mar, pero rechazaron la coletilla de dicha resolución que pedía un aporte de 5,000 pesos por cada diputado para dichos fines. La misma era una respuesta atenuada a una idea similar anterior de que la Cámara de Diputados aportara 1 millón para la reconstrucción. La idea es clara, La Casona merece ser restaurada, pero debido a la lentitud de la burocracia y la pérdida constante de fondos en la medida que se mueven dentro del gobierno, seria muy difícil obtener el dinero necesario para iniciar el proyecto. ¿Solución? Nosotros mismos lo pondremos. ¿Respuesta? Ni pensarlo.

El cabildeo en cambio obedece a la práctica de mantener el poder, adquiriendo deudas con particulares para obtener ya sea dinero ya sea legitimidad. Cabildear es negociar (ten esto por esto o has aquello a no ser que entonces…) Es lo que se llama en jerga popular, "traficar influencias". Lo malo del cabildeo es que no hay convencimiento. Cuando cabildeas, incluso por una causa noble, no luchas por un ideal, al contrario. El que va a cabildear deja entrever al otro "yo tengo una necesidad igual que tu, lava mi mano y yo lavaré la tuya". El que requirió ser "convencido" mediante dádivas, de lo que realmente queda convencido es de que el ideólogo es tan patán como él mismo, y no sólo eso, empieza ahora a sentirse importante y a sentirse que el ideólogo le debe algo.

¿Adonde lleva esta situación? Cuando parece que el cabildeo termina, apenas ha empezado. La persona que solicitó dinero para dar su aprobación a un proyecto del cual está convencido la otra parte le sacará aun más dinero, empieza a sentirse como si la otra parte siempre tuviera que recurrir a él para que le permita hacer sus negocios, empieza a sentirse importante, a exigir más y más a menudo y empieza a amar su situación de preponderancia. Ésta se convierte en el foco de su existencia (no trabajar, sino cobrar a otros para permitirlos trabajar) y le toma un amor inmenso a su capacidad de decidir. Ama que le paguen como si fuera un peaje, pero sobre todo ama el poder de decidir y una vez que este poder esté amenazado (como con las elecciones por ejemplo) recurrirá a los medios más inescrupulosos para mantenerlo.

Como vemos, la práctica del cabildeo no trae nada positivo, excepto quizás las pequeñas conquistas logradas por las personas honestas, que no son muchas porque ¿que persona seria "se va a meter en eso"? Lo ideal sería que las ideas fueran discutidas a profundidad y aprobadas por su mérito y sí, debemos admitirlo, por el poder de convencimiento de sus ideólogos. Por eso opino que el presidente que en verdad esté interesado en fomentar los cambios necesarios que han de llevarnos a un mejor país, haría uso de su facultad legislativa establecido en el artículo 96 de la Constitución Dominicana, pues si la ley es la única capaz de impulsar las reformas, ¿quien con mayor poder para convencer a los legisladores que él? La discusión a fondo de las leyes hasta convencer al resto de su bondad o hacer los cambios necesarios para alcanzar esa bondad, por más ideal que aparente, posiblemente no sea sociológica o cronológicamente factible.

El problema de "resolver"

El tercer mundo ha sufrido de una dolencia histórica, evidencia de una especie de atavismo pagano: la idolatría del líder. Es bien recibido, especialmente entre los sectores más empobrecidos, pero no con exclusividad, el apelativo "el que resuelve". Nada hay más antidemocrático que la mentalidad resolutora. La pregunta primordial es: ¿resuelve qué? Observando, los problemas estructurales de la República Dominicana son los mismos desde hace décadas. Las patologías sociales como la violencia de género y el narcotráfico se encuentran en su mayor punto en toda la historia, entonces, ¿qué se ha resuelto? Ante tal realidad, el observador perspicaz se da cuenta de que la idea de resolver cobra un carácter muy particular en la región Latinoamericana.

El problema no es endémico de nuestro terruño, sino que fue ampliamente aprovechado por Perón para mantenerse a las riendas de una Argentina en ruinas durante muchos años. Resolver en Latinoamérica es dar dinero. Eso es muy noble y ciertamente ayudaría a cualquiera a "resolver" cualquier pequeño revés económico que se sufra en el momento. El daño sucede en la medida que el dinero repartido fue producido por los propios beneficiarios. Pagando mis impuestos lleno las arcas del Estado y a cambio recibo mucho ron y una pasola gratis. Los administradores parecen trabajar tras la idea de que el conjunto popular no sabría disfrutar su dinero apropiadamente, para lo cual lo recaudan y luego lo encauzan como más aproveche a la generalidad, cobrando una módica tarifa por su gestión. Ante tal situación, ¿no seria más efectivo no cobrar impuestos? Lo más seguro las masas acudirían a comprar las mismas cosas, pero la utilidad aumentaría, puesto a que no pagando impuestos, habría más dinero para adquirir los bienes deseados, eliminando la modesta tasa pagada al intermediario. Por eso, "el que resuelve" suele ser de los lemas más peyorativos. El que resuelve es el que te devuelve lo tuyo después de tomar lo suyo.

Previsor

¿Quién puede darse el lujo de ser previsor? Aquel que ha dejado atrás su ego y no espera alabanzas por hacer su trabajo. La ley no quiere héroes, el pueblo no quiere obras monumentales. Los individuos están contentos con esforzarse para sobrevivir y que el gobierno cumpla calladamente con el mandato que le fue encomendado. El mejor gobernante es el que no se siente, como si todo saliera bien de manera natural.
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Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU

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